Por Pablo Pardo
"¡Vamos a dar golpes de Estado contra quien queramos! Id haciéndoos a la idea". Ése fue el 'tuit' que colgó Elon Musk, a día de ayer el segundo hombre más rico del mundo, con un patrimonio de 187.000 millones de dólares (155.000 millones de euros), el 25 de julio pasado. Musk respondía así a la acusación de un tuitero anónimo oculto bajo el nick @historyofarmani de que la expulsión del poder de Evo Morales, el presidente de Bolivia, se debía al interés de las empresas de Estados Unidos de hacerse con el control de las reserva de litio de ese país.
El litio es el equivalente del petróleo en el mundo de las energías renovables, y Musk, fundador y dueño de la mayor empresa de coches eléctricos, Tesla, y, también, de unos los principales productores de baterías del mundo, tiene un evidente interés en lo que pase con el mercado mundial del litio. También lo tiene el Gobierno de Bolivia, porque en ese país están el 30% de las reservas de litio de la Tierra, según el US Geological Survey, una agencia del gobierno estadounidense que podría compararse el Instituto Geológico y Minero de España. Para muchos, Bolivia va a ser la Arabia Saudí del litio.
En realidad, no hay ninguna evidencia de que Musk o Estados Unidos estuvieran detrás de la crisis política de Bolivia. El empresario, además, tiene un amplio historial de estupideces en Twitter, que le han ocasionado algunos problemas legales, como cuando insultó llamando "pederasta" a uno de los miembros del equipo de rescate de las 13 personas - doce de ellas niños - que se quedaron bloqueados en una cueva en Tailandia, por no hablar de su anuncio en esa red social de que iba a sacar de cotización en Bolsa a Tesla a un precio de 420 dólares la acción (4/20 es un tipo de mariguana especialmente apreciado por Musk).
Así que la frase de Musk simplemente es una muestra de mal gusto de un multimillonario riéndose de las crisis políticas en un país. Aparte, el litio es mucho más abundante que el petróleo. El problema con ese mineral no es descubrirlo o extraerlo, sino adaptarlo para su uso en baterías. Y Bolivia no tiene nada que ver con eso.
Pero, con todo, la anécdota de Musk revela una realidad del siglo XXI a medida que la industria energética mundial se aleja de los combustibles fósiles - carbón, gas natural y petróleo - y las energías renovables ganan peso en todo el mundo. El paso de la retórica a la realidad va a significar que las consideraciones económicas y geopolíticas van a tener cada día un peso mayor a la hora de desarrollar las nuevas fuentes de energía, en detrimento de las puramente medioambientales. Si en el siglo XX hubo manifestaciones que decían 'No más sangre por petróleo', es posible que en el siglo XXI veamos pancartas que digna 'No más sangre por litio'. Como afirmaba hace dos meses el comentarista conservador estadounidense Walter Russel Mead en las páginas del diario 'The Wall Street Journal', "los 'verdes' corren el peligro de sobreestimar cómo va a ayudar a los osos polares" la transición energética.
Las energías renovables son menos sucias, es decir, no manchan. Y no cambian ni clima ni la acidez del océano. Pero no por ello dejan de contaminar. Los Gobiernos ya están aceptando compromisos entre el control de los recursos y las plantas industriales necesarios para el desarrollo de este nuevo modelo económico y la protección del medio ambiente.
Uno de los ejemplos más obvios de esta situación es el de Estados Unidos. El Gobierno de Joe Biden ha publicitado su decisión de no conceder más permisos para explotar petróleo y minerales en territorios propiedad del Estado federal. Es una medida para el lago plazo, ya que, al menos por ahora, las empresas tienen licencias de sobra para mantener y expandir sus operaciones, pero con un simbolismo considerable. Sin embargo, el mismo Gobierno de Joe Biden ha lanzado una revisión para limitar la importación de 'tierras raras' de China, en beneficio de las que proceden de países aliados (Canadá y Australia, fundamentalmente) y de la producción en Estados Unidos. El problema es que extraer las 'tierras raras' es un proceso que a menudo es tremendamente contaminante. Pero, sin 'tierras raras' no hay coches eléctricos, bombillas de larga duración, ni turbinas de generación eólica. La sostenibilidad no sale, así pues, gratis.
Así, ir a un mundo en el que el petróleo, el gas natural y el carbón serán menos relevantes no implica ir a un mundo más tranquilo. Las redes de transmisión eléctrica podrían jugar el papel geopolítico de los oleoductos hoy en día, y las materias primas del futuro serán codiciadas por todos los países. Hay una diferencia, desde luego. El mundo de las energías renovables no depende de un solo mineral, como el del carbón o el de los hidrocarburos. Eso podría hacer que el poder de los productores este más repartido que, por ejemplo, en el caso del petróleo. Pero, aun así, las viejas luchas por el poder no desaparecerán en un mundo de renovables. A veces, lo peor que puede ocurrir es que se cumplan los deseos. En los próximos años, muchos ecologistas podrían descubrir la veracidad de esa afirmación.