Por Manuel Felipe Sierra: El final de una Dictadura
23 de Enero de 1958
      A-    A    A+


La acción subversiva de Maracay del primero de enero de 1958, encabezada por Martín Parada y apuntalada en el seno del ejército en Caracas por Hugo Trejo, resultó un fracaso militar; pero exacerbó un clima político ya demasiado sensible. La reelección de Marcos Pérez Jiménez en el reciente plebiscito del 15 de diciembre lo apuntalaba en el poder formalmente por cinco años más, pero debilitaba la influencia de Laureano Vallenilla Lanz y Pedro Estrada –los dos pilares civiles del régimen- y lo colocaba en manos de una alta jerarquía militar que no era de su entera confianza. Ya el día 9 un grupo de oficiales de la Armada liderados por el capitán de navío, Eduardo Morales Luengo desplazó varios destructores en la Guaira. El oficial fue detenido pero horas después se produjo la renuncia del Gabinete y del gobernador del Distrito Federal, Guillermo Pacanins y al día siguiente Pérez Jiménez se vio obligado a entregar el Ministerio de la Defensa al general Rómulo Fernández, uno de los oficiales de mayor influencia en el nuevo lineamiento del alto mando militar, quien horas después habría de presentar un memorándum al gobernante con severas exigencias elaborado conjuntamente con el historiador Carlos Felice Cardot, entonces embajador en Colombia. El general Luis Felipe Llovera Páez sustituyó en el Ministerio del Interior al todopoderoso Vallenilla Lanz y Pedro Estrada, el otro puntal civil de la dictadura y siniestro jefe de la Seguridad Nacional, debió viajar al exterior llevando consigo los comprometedores documentos de su gestión.

Tres días después, circula un manifiesto de escritores, profesores, ingenieros, médicos, abogados, farmacéuticos, estudiantes y empleados petroleros, redactado por el escritor Alexis Márquez Rodríguez, que suscribe los planteamientos de la Junta Patriótica de sustitución del gobierno, mientras se produce otro golpe de timón cuando el mandatario molesto sustituye al ministro Fernández y él personalmente asume el Ministerio de la Defensa; de esta manera la dictadura entra en el juego inestable de los golpes y contragolpes. El día 17 la Junta Patriótica convoca a una huelga general para el día 21 con tres consignas: elecciones libres, libertad de los presos políticos y el regreso de los desterrados. El día 20 Pérez Jiménez nombra al vicealmirante Wolfgang Larrazábal comandante de las Fuerzas Navales lejos de suponer que tres días después éste lo sucedería en Miraflores y se inicia la huelga de prensa que debía anteceder al paro general el cual, como estaba previsto, estallaría el 21 con revueltas callejeras, manifestaciones, quema de autobuses, sin circulación de periódicos, por lo cual se impone el toque de queda desde las 5 de la tarde.

Al día siguiente se produce una sublevación de oficiales de mediano rango en la Base Naval de Mamo y la Comandancia General de la Marina en el Centro Simón Bolívar de Caracas. El capitán Vicente Azopardo está al frente de los marinos insurgentes y establece comunicación con sus compañeros de conspiración en la Escuela Militar, el capitán Felipe Párraga Núñez del Ejército y el teniente José Luis Fernández de la Aviación a quienes acompaña el activista civil, Óscar Centeno Lusinchi. Los conjurados informan al general Pedro José Quevedo, director del instituto de la acción subversiva, quien considera y conviene que para la paz del país ya era necesario que Pérez Jiménez abandonase el poder. En ese momento el dictador llama telefónicamente a Quevedo y éste contrario a la costumbre se niega varias veces a atenderlo; lo cual lo convence de que la Escuela Militar está sublevada y que ello tiene un efecto psicológico decisivo en todos los componentes de las Fuerzas Armadas. El coronel Adolfo Medina Sánchez, jefe del Batallón Bolívar, enterado de la situación, presenta un plan para recuperar la escuela, que de haberse cumplido no cabe la menor duda que habría sido retomada por las tropas leales al régimen. Según cuenta el piloto presidencial mayor José Cova Rey, Pérez Jiménez leyó el informe y le respondió a Medina Sánchez: “Prefiero irme antes que matar cadetes”, y llama de nuevo a Quevedo con quien define ahora los detalles de su salida que sería coordinada por el teniente Fernández.

Era en todo caso una sublevación aislada y sin mayor capacidad de fuego e incluso la Junta Patriótica había perdido contacto con la mayoría de los enlaces comprometidos con la huelga, mientras el buró político del Partido Comunista (PC) que coordinaba acciones de agitación en algunos barrios reunido en el edificio San Pedro de Los Chaguaramos e integrado por Pompeyo Márquez, Eloy Torres, Alonso Ojeda Olaechea, Guillermo García Ponce y el líder universitario Héctor Rodríguez Bauza hacen en la tarde un balance desfavorable de la jornada y coinciden de esta manera con el resto de los promotores de las acciones de calle que estas han fracasado pese a que en el centro de la ciudad se mantenían combates aislados y se movilizaban los núcleos obreros de la parroquia La Vega encabezados por el dirigente comunista Douglas Bravo. Entrada la noche Márquez recibió una llamada de Rodríguez Bauza quien había salido a olfatear el ambiente y una vez identificado con su pseudónimo le dijo: “Sube a la terraza y espera una sorpresa en pocos minutos”. Márquez y sus compañeros se miraron a la cara con desgano; sin embargo, decidieron ir a la parte superior del edificio y al poco tiempo vieron las luces y oyeron el estrépito de un avión que se tambaleaba bordeando el Ávila: Pérez Jiménez huía en “La Vaca Sagrada”.

En estricto sentido, el dictador fue depuesto por un típico golpe de Estado, hasta el punto de que los integrantes de la Junta Militar que lo sustituyó fueron escogidos entre sus compañeros de mayor lealtad. Sin embargo, la decisión de irse llegó a ser el resultado de un clima de malestar pasivo que finalmente se tradujo en una movilización activa e indetenible de las masas que ya no se podía neutralizar políticamente y menos aún mediante el uso de las armas. De esta manera el desenlace del 23 de enero sorprendió a los dirigentes de los partidos clandestinos e incluso a los miembros de la Junta Patriótica. El Secretario General de Acción Democrática en la clandestinidad, Simón Sáez Mérida, establece una clara precisión: “La ruptura que produjo el inicio de la huelga del 21 y el proceso mismo, arrastró a las militancias dormidas de los partidos, a los descontentos, y a los desempleados que ya eran significativos en el área metropolitana por la crisis de la industria de la construcción, masas que no estaban organizadas pero que eran parte de la irritación nacional contra la dictadura y que se incorporaron sobre la marcha a la violencia callejera prácticamente por su cuenta”.

Añade Sáez Mérida: “Fue el día heroico de la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez; los pequeños grupos de los frágiles partidos clandestinos que sí estaban dentro de una clara línea de acción, tomaron el liderazgo y se vincularon rápidamente a la calle, y pudieron dar líneas y orientación al descontento y a la furia callejera hasta donde se pudo, pues la protesta se volvió una agresiva inundación”. Desde esa madrugada se abrieron cuarenta años de plena democracia.





Ver más artículos de Manuel Felipe Sierra en