Por Rafael Simón Jiménez
El fin de la segunda Guerra Mundial marcó un largo periodo de confrontación ideológica, política y militar que se conoció con el nombre de "Guerra Fría" y en el cual el bloque comunista encabezado por la Unión Soviética y el capitalista Occidental al frente del cual figurara Estados Unidos, pondrán al mundo en no pocas oportunidades al borde de una tercera gran conflagración mundial, bajo el signo del holocausto nuclear. La alianza construida para derrotar al eje nazi-fascista integrado por Alemania, Italia y Japón, hizo converger en un mismo frente a países con intereses contrapuestos como EEUU, Francia, Inglaterra y la URSS, lo que determinó al final de la guerra una disputa por ampliar dominios territoriales y delimitar áreas de influencias, a fin de quedar posesionados en el mundo de postguerra.
Stalin, el terrible dictador soviético, aprovechó los grandes sacrificios de su nación en la lucha contra la Alemania Nazi, para avanzar sobre los países de la Europa Oriental y dominarlos para su órbita de poder, mientras los debilitados países europeos y la distante Norteamérica hacían esfuerzos por contener al nuevo enemigo comunista. Bajo la dinámica de esa nueva confrontación bipolar este-oeste, se delimitaron áreas de influencia, se construyeron alianzas políticas y militares, se preservaron espacios geopolíticos, y se diseñó por parte de la administración Truman la denominada política de contención del comunismo, destinada a conjurar y derrotar cualquier intento de expansión marxista en países occidentales. América Latina ubicada dentro de esa tradicional zona de influencia de los Estados Unidos, y considerados por estos como su "patio trasero", experimentaría el derrocamiento de gobiernos democráticos y populares, considerados por Washington como débiles para enfrentar la amenaza comunista que se exacerba con el triunfo de la revolución china, la guerra de Corea, y el auge Macartista, que ve comunistas hasta en la sopa y auspicia una auténtica cacería de brujas.
El general Eisenhower, héroe de la segunda guerra mundial y sucesor de Truman, auspicia desde el departamento de Estado y el Pentágono, el establecimiento de gobiernos fuertes en la Región, dictaduras militares que actuaran sin tolerancia ni contemplaciones frente a los movimientos comunistas o progresistas que ganaban espacio político en el continente. Bajo esa orientación América Latina se llena de gobiernos militares que proscriben y persiguen a los comunistas. Odria en el Perú, Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua, Castillo Armas en Guatemala, Trujillo en República Dominicana, Rojas Pinilla en Colombia y Pérez Jiménez en Venezuela, se muestran prestos a cumplir las instrucciones de Washington en su estrategia hemisférica de confrontación al comunismo.
En Venezuela, el 24 de noviembre de 1948 es derrocado el gobierno democrático y popular de Rómulo Gallegos, y un triunvirato militar lo sustituye en el poder. El golpe militar cuenta con el pronto reconocimiento de la Casa Blanca a pesar de que solo meses antes el jefe de estado civil ha visitado al Presidente Truman, quien le ha dado reiteradas muestras de amistad. La dictadura se alinea con la política norteamericana proscribiendo en 1950 al Partido Comunista Venezolano y más tarde rompiendo relaciones diplomáticas con La Unión Soviética y los países de Europa Oriental. En Caracas, en 1954 se celebra la décima conferencia interamericana donde se aprueban resoluciones de condena al comunismo y se aprueban mecanismos de coordinación para neutralizar sus amenazas en la Región. En octubre de 1954, la administración Eisenhower, reconoce los méritos del dictador venezolano como aliado incondicional y modelo a seguir en la lucha contra el comunismo, confiriéndole la "legión de honor en el máximo grado de comandante en jefe", la más alta condecoración que otorgan los Estados Unidos. En la resolución justificatoria de tan alta distinción se lee: “…por su conducta excepcionalmente meritoria en el desempeño de elevadas funciones…”
En la carta que el Presidente de los Estados Unidos envía al dictador Venezolano con su embajador en Caracas, Flechter Warren, encargado de colocarle la condecoración, no ahorra elogios señalando: “… Su excelencia el coronel Marcos Pérez Jiménez, en su condición de Presidente de la República de Venezuela, y también con anterioridad ha puesto de relieve su espíritu de colaboración y de amistad hacia los Estados Unidos. Su política sana en materia económica y financiera, ha facilitado la expansión de las inversiones extranjeras, contribuyendo así su administración al mayor bienestar del país y el rápido desarrollo de sus inmensos recursos naturales. Esta política cuidadosamente combinada con políticas de obras publicas de vasto alcance, ha logrado mejoras notables en educación, transporte, sanidad, viviendas y otras importantes necesidades básicas. Todo este conjunto de realizaciones ha elevado el bienestar general del pueblo de Venezuela…”
El fin de la administración del general Eisenhower, y el advenimiento de un joven Presidente John F. Kennedy, marcó un cambio sustancial en la política de Estados Unidos hacia el continente, que entre otras cosas restó respaldo a los gobiernos militares favoreciendo los procesos democráticos. El 23 de Enero de 1958 es derrocado Pérez Jiménez, huyendo primero a la República Dominicana y luego estableciendo residencia en Miami, al sur de la Florida. No percibió el dictador el cambio en la política de Washington y creyó que sería bien recibido en territorio de quienes lo habían considerado un "modelo de gobernante". Ese craso error le costó la detención en Estados Unidos, su extradición y casi cinco años de reclusión en Venezuela. Quienes antes le concedieron la más alta condecoración ahora lo regresaban a su país, para que pagara por la inmensa fortuna acumulada a costilla de los recursos públicos.