Uno de los capítulos más cuestionados y controversiales en la fructífera vida política y militar del Libertador Simón Bolívar, es el que tiene que ver con su actuación protagónica en los acontecimientos que culminan con la detención y entrega a las autoridades españolas del precursor de nuestra Independencia, general Francisco de Miranda, luego de la capitulación que marca el fin de la denominada primera República venezolana en 1812.
En primer lugar era conocido que había sido el joven Simón Bolívar, durante su misión diplomática cumplida en Londres y luego de los acontecimientos de abril de 1810 que marcaron el inicio de nuestro proceso emancipador, quien mas había insistido al ya renombrado patriota, residente en esa ciudad, para que regresara a Venezuela a participar de la gesta que recién se iniciaba y por la que Francisco de Miranda llevaba ya décadas de promoción y de luchas, incluyendo sus dos fracasadas incursiones por las costas venezolanas que habían sido repudiadas y combatidas por los mantuanos de Caracas, cuyos vástagos ahora encabezaban el movimiento destinado a poner fin al dominio español en sus colonias.
Bolívar visita a Miranda en su residencia, centro de referencia de todos los pioneros de la libertad latinoamericana, y se deleita en su biblioteca, llena de tomos de los más renombrados autores clásicos y de la ilustración. El precursor era ya hombre de renombre mundial, que declarado enemigo de la monarquía Española, había participado en los dos más trascendentes procesos libertarios de su tiempo: la independencia norteamericana y los sucesos de la Francia revolucionaria, sosteniendo amistad y relaciones con lo mas distinguido del mundo político, militar e intelectual, por lo que el bisoño Bolívar queda prendado de su leyenda y su personalidad y logra convencerlo de venir a Venezuela a hacer realidad su sueño de independencia americana y su proyecto integrador de lo que él llamaba la Colombeia.
Miranda regresa a Caracas y es electo diputado por el Pao al congreso constituyente de 1811, la ebullición de acontecimientos que se han sucedido en Caracas no permite prever que apenas se está iniciando un proceso que será largo, cruel, doloroso y destructivo y que durara más de dos décadas para materializarse. A la declaración de Independencia, asumida el 5 de julio de 1811, se oponen importantes provincias y los partidarios del rey, encabezados por una mayoría del clero, desatarán una vorágine de confrontación en una autentica “guerra civil” donde se enfrentan venezolanos contra venezolanos. El ejecutivo colegiado previsto en la primera Constitución venezolana, así como las formas federales de gobierno, se muestran ineficaces para proporcionar la unidad y la reacción contundente que permita derrotar la reacción realista.
Ante la gravedad de los acontecimientos que se suceden unos tras otros, incluyendo alzamiento de esclavos, reagrupamiento de tropas realistas, crisis en las finanzas del novel estado y el terremoto de 1812, se decide designar a Miranda en base a su larga carrera militar como jefe de los ejércitos de la República y se le encomienda el ejercicio de una dictadura comisoria con poderes plenos que le permitieran derrotar a los enemigos de la Independencia y salvar la República. Y en esa realidad de fuerte forcejeo militar con las tropas realistas que comanda el sanguinario Domingo Monteverde, se producirá un acontecimiento que involucra a Bolívar y que determinará el colapso militar de la República: la pérdida del Castillo de Puerto Cabello, que amén de punto clave para las comunicaciones y aprovisionamiento de las tropas, resguardaba el mayor depósito de municiones y pertrechos de guerra de las tropas libertadoras, y el cual se produjo por un descuido inexcusable del joven coronel Bolívar. Miranda al enterarse del desastre militar pronuncia en francés su célebre frase: “…Venezuela esta herida en el corazón”, mientras Simón Bolívar, sabiéndose responsable de esa situación entra en estado de depresión y en carta al generalísimo le expresa que no se siente en condiciones de “mandar ni a un solo soldado”.
Miranda, aún dispone de medios bélicos suficientes para resistir, pero la desmoralización de las tropas, las continuas deserciones y los alzamientos de negros en las costas del litoral, lo agravian de ánimo, por lo que a fin de evitar la prolongación de la contienda, con su costo de vida y ruina material, decide previa consulta con los representantes de los otros poderes públicos, solicitar a Monteverde un armisticio, para lo cual comisiona a su secretario de guerra José de Sata y Bussy y al teniente coronel Pedro Aldao, como plenipotenciarios para negociar los términos de un acuerdo que suspenda las hostilidades. Monteverde, acepta negociar y luego de objeciones, propuestas y nuevas negociaciones se firma la capitulación el 25 de julio de 1812.
El acuerdo incumplido en su totalidad por el zángano de Monteverde, preservaba la libertad, bienes y los movimientos de los jefes patriotas, autorizaba el intercambio de prisioneros, y otras clausulas magnánimas; sin embargo un sector de jóvenes oficiales encabezados por Simón Bolívar y del cual forman parte Miguel Peña, De las Casas, Montilla, Castillo, Carabaño y Valdés entre otros, acusan a Miranda de traidor y de querer escapar del país llevándose el remanente de los caudales públicos, por lo que el futuro Libertador propone su captura y fusilamiento como escarmiento por su conducta. Manuel de las Casas, jefe de la guarnición de la Guaira, se opone al fusilamiento pero acepta apresarlo y entregarlo a las autoridades Españolas. La madrugada del 31 de julio de 1812, cuando tenía previsto partir al amanecer, el precursor es despertado por el grupo de complotados, a quienes al reconocerlos les espeta: “bochinche, bochinche, esta gente solo sabe bochinche”.
Bolívar jamás se arrepintió de haber apresado a Miranda, por el contrario mantuvo resentimiento con de las Casas, porque en vez de permitirles fusilarlo por traidor, optó por entregarlo a los jefes españoles, lo que de todas maneras le significó su deceso 4 años mas tarde en la prisión del arsenal de la Carraca. Wilson y O’Leary, sus edecanes Irlandeses, dan fe en sus memorias de que el Libertador ni en sus días finales renegó de su posición frente al precursor de la Independencia Americana.