Dentro de esa visión tan radical, la figura del botánico luce aun hoy, si no utópica al menos romántica. Esta es la historia de una pasión de infancia muy bien arraigada.
Desde inicios de la vida nacional la naturaleza –que tanta admiración produjo entre pensadores de fino talante como Humboldt y Bonpland- sería interpretada por la sociedad criolla como un perfecto contrincante al que derrotar. Hernán Ferrer Pereira es encarnación actual de ese carácter¬ invencible que en el mundo por venir ganará protagonismo. Lo que lo motivó a seguir una carrera que involucra el cuidado del patrimonio natural, en un país tan dependiente de la industria petrolera fue una temprana vocación.
Quería estudiar Biología en la USB, pero sus padres no podían costear el gasto. De tal modo que el joven caraqueño se trasladó a la provincia y allí, en la Universidad de Oriente, obtuvo el título de Ingeniero Agrónomo tras aprobar una tesis sobre cariotipo de cromosomas de algodón: “Estaba claro que mi futuro no era sembrando en el campo ni llevándole la finca a nadie”, afirma.
Había, de algún modo, cierta inspiración familiar que lo condujo hacia ese camino. “Desde niño fui el científico de la casa”, relata. A los 15 años su padre le regaló un microscopio y una de sus abuelas le fue obsequiando libros de zoología y botánica con los que se fue formando, además de haberlo llevado a su primera exposición de orquídeas. “Y no te cuento las veces que hice que mi papá se detuviera a la orilla de la carretera para recoger plantas, semillas y flores que me llevaba a casa para estudiar e identificar”, comparte sus inicios.
Tras su grado como ingeniero cursó un doctorado en ciencias biológicas. En ese momento, antes de 2017 cuando se inicia su deterioro y desvalijamiento de sus instalaciones, trabajaba en el Jardín Botánico de Caracas y sus compañeros y jefes tenían estudios doctorales. Plantado en ese ámbito no lo dudaría: “allí quedas enamorado de por vida de un sueño de satisfacción personal como científico. Una persona capaz de estudiar un entorno, un proceso, un grupo de individuos y emitir un juicio de valor para la comunidad desde el nivel básico del conocimiento”, indica.
Ferrer se define profesionalmente como botánico taxónomo. De hecho, le atrae mucho la nueva corriente de la taxonomía de plantas cultivadas y la conservación de plantas amenazadas de extinción. “Linneo decía que la botánica era ‘la ciencia amable’―relata con gran pasión― La botánica va desde el campo ultraestructural celular hasta la alimentación y la medicina, sin dejar de abordar la recreación y la terapia psicológica del propio ser humano que ejerce las prácticas de la horticultura”.
Esto sólo se entiende con más divulgación, investigación y docencia. Para Ferrer, lamentablemente pocos estudiantes están estimulados para seguir esa senda; prefieren, tal vez, seguir orientaciones más rentables como la biotecnología. “Encontré una institución tan devastada, tan desvirtuada por sus autoridades, en medio de un entorno país gravísimo” y se lamenta cuando explica por las causas de su prematuro retiro voluntario: “Fue devastador. El día que introduje mi renuncia lloré, fue un duelo. No sólo fue llorar por un ciclo cerrado, sino por ponerle un ‘aguántate-ahí’ a estas ganas de ser científico”.
Aun así, Ferrer pudo ejercer tal deseo. Fue, por un tiempo, curador parcial en el Herbario Nacional. Allí estuvo a cargo de la actualización de nombres y revisión de materiales en un par de grupos taxonómicos, entre ellos la familia Lauraceae, que contempla al criollísimo aguacate. “Desde esa pequeña experiencia, te puedo decir que el herbario es una máquina, que requiere insumos, dinero y espacio, sobre todo. Cada investigador contribuye muchísimo a la ciencia consignando sus colecciones”, señala.
El profesional siente gran admiración por Julian Steyermark, un botánico estadounidense que llegó a Venezuela para explorar las tierras de la Guayana y consiguió formar un gran repertorio de ribetes patrimoniales. “Entre los criollos siento mucho respeto y admiración por el señor Augusto Braun, quien humildemente creó una de las más hermosas colecciones vegetales dentro del Jardín Botánico de Caracas: el Palmetum. Y entre los contemporáneos, todo mi respeto a la Dra. Ana Herrera, al Dr. Shingo Nozawa y la Dra. Neida Avendaño”.
Si bien ya dejó de dictar cátedra en la Universidad Central de Venezuela de modo formal, persiste desde otro ámbito. Lo hace desde el emprendimiento que, desde el año 2016, inició y que lo ha hecho públicamente conocido: Doctor en Matas, cuya sede se encuentra desde el año pasado en la caraqueña urbanización de Los Chorros. En sus inicios Ferrer estuvo acompañado por Carlos Sevilla, Herman Álvarez, Ariana López, Marcos Glucksmann y Karina Mendoza como asesores especializados.
Así, se dedica a la formación en jardinería y horticultura a través de actividades educativas y un servicio para el cuidado de plantas ornamentales y la producción de insumos orgánicos. La plantilla integra a estudiantes de pregrado en Biología, Química y Filosofía y, entre sus asistentes, se encuentran Mayra Pereira, Cristian Pérez Fragoza, Johann Vera, Jonathan Silva y Manuel López. La importancia de mencionar cada nombre es prioridad de su visión de equipo, sobre todo en un momento país que necesita estímulos para seguir adelante.
La labor divulgativa de este botánico ha tomado visos digitales. Los cursos y contenidos online le han servido para crear una audiencia fiel, preocupada por la protección de especies raras, variedades poco frecuentes o especies amenazadas de extinción. La tendencia es global y han aumentado las necesidades de atención a las plantas. “Anhelo con mucho ahínco sembrar conciencia. Muchas veces me imagino enviando mensajes educativos y reflexivos como Renny Ottolina y Marta Rodríguez Miranda”, manifiesta un deseo que ya lleva adelante.
Para Ferrer su profesión es una empresa de vida. Al pensar en ese antiguo adagio de que un hombre adquiere trascendencia cuando siembra un árbol, escribe un libro y procrea un hijo comparte su punto de vista: “Si lo ponemos en esos términos, deberíamos dejar de tener hijos, sembrar más árboles y narrar historias de vida real a través de mensajes que no solo queden en papel. Sin embargo, la trascendencia que el ser humano necesita no está en lo que podemos consumir, sino en el legado que vamos a dejar.”
Para el “Doctor en Matas” la botánica venezolana puede aportar mentes brillantes a este mundo, a pesar de que siente tristeza por el panorama para los científicos. “La construcción del conocimiento, y de la ciencia al mismo tiempo, ocurre cuando el científico, como todo ser humano, ha cubierto sus aspectos básicos. Cuando ya no te preocupas por qué vas a comer, o si cuentas con la seguridad de encontrar todo en orden en casa, puedes sentarte a meditar una idea y progresar en ella”, analiza de modo crítico.
Con todo, el balance vital de Hernán Ferrer Pereira ―amante de las orquídeas, en el mundo ficticio en donde se ve como monarca, fascinado por el chocolate y los viajes, como él mismo revela― pareciera afianzarse ante la adversidad como uno de esos cujíes de alta resistencia. “Una persona muy querida y cercana me dijo una vez: ‘No necesitas el laboratorio para aprender cuando la naturaleza es un laboratorio más grande que te enseña cada día’. No se equivocó. Quién sabe si más adelante puedo obtener los recursos y espacios para crear ese laboratorio que deseo y continuar educando y protegiendo plantas”. Mientras tanto, el joven botánico apuesta a la siembra de las mejores semillas de este trópico al que le tiene fe.