Ahora, con pie firme en la fotografía artística, comparte su particular mirada, con el foco puesto en la nueva realidad global. Sin embargo, no duda que su escenario perfecto continúa siendo Venezuela.
Con una cámara Minolta de su padre hizo su debut. Con ella tomaba las fotos familiares. El lente y el visor se abrieron paso en el obturador de su vida. Fue así como supo que siempre quiso ser fotógrafo. El muchacho nacido en Acarigua decidió formarse en el oficio visual y dejó sin concluir sus estudios de filosofía en la Universidad del Zulia. Ahora, un libro suyo ha sido nominado a
The Book Awards 2020, uno de los premios más importantes del mundo editorial.
Hablar con Luis Cobelo es entrar en un mundo en donde la irreverencia y la seguridad juegan a contratiempo. Su voz es pausada, bien timbrada y denota la satisfacción del camino recorrido. Los tatuajes en sus brazos parecen narrar una vida llena de tinta para contar historias a través de las imágenes. Desde la ciudad de San Francisco habla de su trayecto existencial.
Tal vez el germen de sus vivencias esté en esos primeros encuentros con la fotografía de sucesos en un periódico venezolano. En aquel entonces enfrentó la dureza del relato de una sobreviviente de Armero en Colombia, que perdió a tres de sus hijos y una de sus piernas, luego del deslave provocado por el Nevado del Ruiz. Aunque ya no lo hace, “es muy difícil retratar la muerte, y es mucho más fácil presentar el arte", explica sin rodeos.
En aquellos años, luego de montar su primera exposición a la que llamó "Dormidos", decidió salir del país para retarse y avanzar. Llegó a España a los 28 años con una maleta de sueños por equipaje. Se reinventó, porque le gusta proponer por cuenta propia, y no es amigo de las asignaciones individuales de otros.
Desde 2010 las cosas cambiaron drásticamente en su oficio. Trabajó hasta 2016 para distintos medios, tanto en su país como en el mundo, primero contratado y luego en modalidad free lance. Su obra ha sido publicada en revistas como E
l País Semanal, Rolling Stone, National Geographic, Vice y
Vogue. La inmediatez arropó al periodismo romántico de antes, lo que abrió las puertas a Cobelo a reinventarse de nuevo para otra migración; esta vez desde la fotografía editorial a la artística.
En esa etapa admite haber sufrido muchas decepciones profesionales. El estímulo económico y la vorágine mediática, fueron detonantes para darle un giro radical a su carrera. "Las cosas empezaron a medirse por los likes “, apunta y sigue su reflexión. “El mundo comenzó a acostumbrarse a ver las cosas a ultra velocidad por redes sociales. En la actualidad, estamos tan sobreestimulados con la información que nuestra memoria recuerda poco. Estamos somatizados con las malas noticias. La masificación en los medios llegó a tal punto que se convirtió en chicle para los ojos".
Su creatividad, sentido estético visual y genialidad, le permitieron visitar gran parte de globo terráqueo. Ha ganado algunos premios de cierto renombre, como el
Hasselblad Latinamerican Photographer Competition en la categoría documental en 2012. Además, fue editor de LAT
Photo Magazine, dedicada a la fotografía documental latinoamericana. "Tengo ego de artista y el ego hay que alimentarlo con el reconocimiento de lo que hacemos a nivel público, pero admito que al ego hay que saber domarlo, porque puede convertirse en un problema", se confiesa.
Cobelo ha hecho de todo en su ámbito, pero "hay artistas como Robert Smith (The Cure) y Bob Dylan que quisiera retratar", sostiene. Quizás por eso, por el deseo manifiesto que le ronda y le seduce a pedir más, se conectó a partir de 2016 con la fotografía artística, su verdadera pasión. Esta faceta de su carrera lo hace más feliz, como si se hubiese conseguido consigo mismo después de muchas vueltas y viajes. Así ha llegado a proyectos de fotolibros que ha logrado cristalizar.
Primero “Zurumbático”, basado en un viaje a Aracataca, ciudad natal del escritor colombiano Gabriel García Márquez y que inspira a Macondo, vale decir cualquiera de los miles de pueblos latinoamericanos. El leitmotiv fue la novela Cien años de soledad, y el resultado, “un proceso de auto exploración íntimo, poético, mágico, ensoñador, en ocasiones doloroso, cargado de simbolismo e historias enigmáticas”, como escribe él mismo en el prólogo.
Luego vendría “Chas Chas” que “puede leerse como un poema de amor dedicado a un barrio de Buenos Aires, llamado Parque Chas, caracterizado por su trazado urbano circular y laberíntico. Inspirado por una serie de cómics argentinos del mismo nombre que Cobelo leería 30 años antes, el libro narra en varios capítulos las aventuras de un escritor al que le dijeron que allí suceden cosas fantásticas y extraordinarias.
Para Luis, el sendero hacia el éxito ha sido "un edificio en el que se comienza en el sótano, para ir subiendo de piso", hasta llegar a la azotea. En sus inicios copiaba lo bueno de los que consideraba sus referentes. "No hay nada completamente primigenio, somos el resultado de un cúmulo de inspiraciones", comenta. Las claves de Luis Cobelo para hacer una carrera destacada en el mundo de la fotografía han sido -y serán- la perseverancia, el insistir en los objetivos y el educar la vista: "Yo soy feliz haciendo fotos".
No le gusta la palabra fracaso, prefiere reemplazarla por "caídas". Con su acostumbrado talante crítico sostiene que "el éxito no tiene una fórmula mágica", y en la actualidad es un concepto contradictorio porque depende de "la cantidad de likes en redes sociales, ventas y visualizaciones en plataformas digitales", señala. Si bien tiene más de 113.000 seguidores en Instagram (@churrito), no suele verse como un influencer: "Instagram me abrió puertas en distintas partes del mundo y me gusta mucho la red, aunque se haya desvirtuado su concepción inicial, pasando a ser más superficial".
Cobelo tiene su propio código de lo que es bello y estético: "Puedo ver belleza en un montículo de tierra. Todo depende de cómo lo fotografías. Yo decido lo que es estéticamente bonito para mí", admite. La presencia de una intensa nostalgia por su país está en la punta de su lengua. "Soy venezolano y después lo demás", así se refiere el fotógrafo a su gentilicio que define como una raíz que sigue viva y latente. "Aunque mi familia es española y le debo mucho a ese país en cuanto a los logros obtenidos en mi carrera, aspectos de mi personalidad se formaron Venezuela".
“Extraño todos los días a mi país”, afirma tras preguntarle en dónde le gustaría vivir. “Lo resumo así: cuando estoy en mi casa en Barquisimeto me encanta tomarme un café temprano en la mañana cuando empieza despuntar el sol, y ver desde la terraza como los pájaros salen de sus nidos a recorrer la naturaleza. Lo más mágico es volver a la terraza cuando empieza a oscurecer y mirar cómo las aves regresan a casa". De eso se trata su obra y su odisea personal, de un eterno y mítico retorno.