La diplomática polaca, de gustos sensibles, aunque no simples, reconoce un nexo apasionado con el país en donde ha vivido por casi una década.
Los auténticos y memorables momentos que celebran la vida se componen de pequeñas cosas. Milena Lukasiewicz, Encargada de Negocios de Polonia en Venezuela, lo sabe muy bien desde su feliz y austera infancia, cuando disfrutaba comer mandarinas debajo del árbol de navidad y miraba la nieve caer a través de la ventana, mientras la chimenea calentaba su hogar.
Nació en una ciudad pequeña cerca de Varsovia en la década de 1980. Aún dominaba el régimen comunista soviético, instalado tras la Segunda Guerra Mundial. La más pequeña de la familia creció junto con Radek, su hermano mayor. Jamás faltó una mascota y eso determinó su amor hacia los animales. Sus padres, incondicionales, siempre la impulsaron a cumplir metas educativas, así como a abrazar el bienestar y la autonomía.
Estudió Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad de Estrasburgo en Francia. “La experiencia que cambió mi vida y me abrió los ojos a un nuevo mundo, fue la beca de estudios en Francia. Fue la primera vez que dejé mi casa para vivir en otro país y en otro ambiente. Nunca más regresé. Seguí con esta aventura sumando diferentes experiencias”, narra Lukasiewicz. Desde entonces, ha realizado diferentes maestrías en Varsovia y en la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas.
Aunque jamás se visualizó como representante de su gobierno en otra nación, siempre soñó con llegar a América Latina. Han pasado casi 9 años desde que se instaló en Venezuela para dedicarse a los asuntos políticos, económicos y culturales de la embajada polaca. Antes de llegar a esta Tierra de Gracia cumplió misiones diplomáticas en Bruselas.
“La pandemia para mí fue, sobre todo al principio, una etapa de trabajo consular desafiante pero también tiempo de reflexión, de estudios, de disciplina―relata Lukasiewicz―Recorrí toda Caracas trotando y cada día me sorprendía de la bella que es esta ciudad donde tengo privilegio de vivir”. Para ella un día perfecto en la ciudad se traduce en “tomar un café mirando el Ávila, en una de tantas mañanas soleadas esperando el saludo del colibrí, y volver a hacer lo mismo a las 5 de la tarde disfrutando de la luz mágica”.
En esa búsqueda de “un abrazo y una conversación cara a cara” que se necesitan en los tiempos por venir, con la experiencia del distanciamiento por razones sanitarias, Lukasiewicz habla de sus gustos. Como a tantos, son estos los que salvan el alma en tiempos bisagra. Dice que le apasiona la música y además saber apreciarla. “Imagino que tiene que ver con mi propia experiencia con la música en los tiempos de adolescencia, cuando intenté ser la baterista del grupo de rock. La música siempre ha estado presente en mi casa. No puedo vivir sin música”, relata divertida.
Esa afición la acerca, quizá, a la lírica. El poema “Nada dos veces”, de su “amada” poeta y paisana, Wisława Szymborska –ganadora del Premio Nobel de Literatura en el año 1996-, es uno de sus preferidos y casi pudiera recordarlo de memoria: “Nada sucede dos veces / ni va a suceder, por eso/ sin experiencia nacemos, / sin rutina moriremos. // En esta escuela del mundo / ni siendo malos alumnos / repetiremos un año, / un invierno, un verano…”
Es de público conocimiento que en la carrera diplomática predominan los hombres. “A pesar de muchos esfuerzos, al promover la igualdad de oportunidades en la diplomacia, subsisten prácticas misóginas que perpetúan los privilegios de los hombres y limitan, mediante el techo de cristal, la representación exitosa de las mujeres. Hace más de cien años, en algunos países europeos como Polonia, a las mujeres se les concedieron derechos de voto pasivos y activos. Aún después de tanto tiempo, los datos muestran que la representación de las mujeres en todos los niveles del gobierno sigue siendo insuficiente”, puntualiza.
La diplomática tiene una visión sobre los desafíos que el empoderamiento femenino y la igualdad de género traen consigo. “Más que obstáculos lo llamaría desafíos. Todas las profesiones tienen desafíos para las mujeres, considerando que su rol en el mundo profesional era hace poco muy limitado. Mi mayor satisfacción es visibilizar la imagen de Polonia en Venezuela. El eco de la poeta parece recordar, una vez más, que la vida es breve y las oportunidades escasas: “No es el mismo ningún día, / no hay dos noches parecidas, / igual mirada en los ojos, / dos besos que se repitan. // Ayer mientras que tu nombre / en voz alta pronunciaban / sentí como si una rosa/ cayera por la ventana”.
Lukasiewicz, además de estudiosa académica, domina a la perfección seis idiomas. Al ser políglota podría entender el mundo como escenario de un desafío personal. “Nunca tuve la imagen de la mujer que quería ser―afirma―. Me formé a la medida de las nuevas experiencias que influían a mi personalidad siempre basándome de unos valores adquiridos durante mi educación. Cada día me pongo nuevos retos que quiero cumplir y así trato de llegar a lo perfecto”.
Al preguntársele sobre la belleza femenina ―tema que subyace como telón de fondo en la discusión sobre perspectiva de género― no puede dejar de hacer comparaciones entre lo que le es familiar y lo que descubrió en su larga estadía. “Las mujeres de cada país tienen sus características comunes de belleza. Vivo fascinada con el cabello de la mujer venezolana. Las polacas suelen ser muy naturales, usan poco maquillaje. Me gusta cómo se visten. Y lo que me cuentan los extranjeros que visitan Polonia es que las polacas miramos a los ojos”, confiesa.
La diplomática parece encarnar el ideal de hermosura e inteligencia, tan esquivo como raro, aunque en estos tiempos se deshacen como decenas de paradigmas sobre la apariencia. Sus ojos azules, cabello rubio, y por supuesto, por su gentil y amable actitud la acercan, una vez más, a los versos de Szymborska: “Ahora que estamos juntos, / vuelvo la cara hacia el muro. // ¿Rosa? ¿Cómo es la rosa? // ¿Como una flor o una piedra? // Dime por qué, mala hora, // con miedo inútil te mezclas. // Eres y por eso pasas. // Pasas, por eso eres bella”.
Para la diplomática polaca Venezuela “es una aventura constante, naturaleza increíble, una solución para cualquier problema y la resiliencia admirable de los venezolanos. Este país me ha dado mucho, me ha enseñado tanto. A pesar de los años que tengo aquí, me siento en un persistente estado de enamoramiento”. Para ella es el país es donde siempre “se come rico”, aunque reconoce que lo que más le gusta “es el parguito frito con tostones playeros y un toque de picante, mirando el mar”.
Considera que los venezolanos y su gran hospitalidad la hacen sentir como en casa. Y es este hogar, recorrido con profundidad, el que le permite tener cierto arraigo. Esto, por cierto, no pasa inadvertido por quienes la conocen. Considera que Venezuela tiene los paisajes más lindos del mundo. Ama viajar y ha recorrido el país de punta a punta. Ahora cada tanto regresa a sus lugares favoritos, Los Roques y Choroní. Las playas y su fuerte presencia le otorgan ese vínculo de extranjera en tierra ajena que ha sabido hacer, de alguna manera suya. “Medio abrazados, sonrientes, // buscaremos la cordura, // aun siendo tan diferentes // cual dos gotas de agua pura”, diría su amada poeta.