Figura referencial de la programación televisiva, permite ser descubierta en toda la extensión de su idiosincrasia.
De inmediato se revela rápida, aguda, entusiasta, muy amable, perspicaz, intuitiva y seductora. Conversar con Melisa Rauseo es un ejercicio paradójico, porque, envuelta por su gentileza y cordialidad, se adivina una persona muy aguda que no se deja llevar con facilidad en la conversación, sino que sabe y decide a dónde y cómo desea llegar.
Y esa meta, al parecer, lleva el rótulo de venezolanidad. Se trata de un amor pasional lo que siente por la nación en donde vive desde los 6 años. Señala que eso se traduce en un sinfín de recuerdos urdidos con las esquinas caraqueñas, con afectos entrañables, con logros satisfactorios. Si alguna vez se retirara, “un apartamentico con vista al Ávila” la haría plena.
Aunque con su padre no tuvo, según ella, “muy buena relación”, la primogénita relata que fue muy deseada por su mamá, quien estudió la carrera de Derecho. Su hermano menor, que vive en Panamá ahora, constituye parte de su universo afectivo. “En ocasiones evoco el momento en el que mi padre me regaló un gato. Para esa época, aún estaba casado con mi mamá. Más tarde impregnó de pulgas la alfombra de la casa en la que vivíamos en Miami”, describe su primera evocación.
La única opción de entretenimiento en su niñez fue la televisión. De modo que, mucho antes de que surgiera Internet en su vida, pasaba largas horas viendo animé japonés, como esa historia romántica llamada Sandy Bell. Marcada, quizá por ese contenido plagado de amores idealizados, se reconoce “enamoradiza”.
Se divierte al confesar una travesura recurrente de esos días: “Una y otra vez me regocijaba asustando a mis amiguitas con una cantidad enorme de máscaras que me compraban en la temporada de Halloween”. Sin embargo, la pequeña caía en su propia trampa porque le daba temor dormir sola. “Siempre creí ver aparecidos en las noches. Más tarde me hice devota de San Judas Tadeo y hasta ese día”, afirma la niña que fue educada, desde su llegada en el Colegio Mater Salvatoris.
La niñez de Melisa se desarrolló en el marco de su familia materna. De su abuela, amaba el sabor de su arroz con leche. Esa fascinación apego por los sabores criollos. Alaba el pastel de Chucho, tanto los que hace la actriz Ivette Domínguez como los que come cuando visita el restaurante Moreno.
Al igual que otros pequeños, “tuve varios gatos y también una pereza mientras se recuperaba―rememora―¡Cuánto lloré cuando tocó regresarla a su hábitat natural”. Y así, cuando la adolescencia le alcanzó los pasos, tiene en mente a la jovencita que escuchaba Nirvana ―“hasta lloré y me deprimí con la muerte de Kurt Cobain”―, leía la disruptiva “Rayuela”, del argentino Julio Cortázar a la que considera una obra de arte. “Por otro lado, me producía cierto morbo leer y comentar los cuentos de Edgar Allan Poe”, insiste con esa faceta que refleja imaginación y asombro.
Más tarde Melisa estudiaría la carrera de comunicación social en la UCAB. Aunque le hubiera gustado ser cirujana plástica: “Es como una labor hasta cierto punto filantrópica, en la que además generas bastantes dividendos”, concede. Esa visión de lo que es o no exitoso la alejaría, por ejemplo, de la idea de ser uno de los que Franz Kafka llamaría artistas del hambre. Vincent Van Gogh, por ejemplo: “Nunca saboreó el éxito. Su fama se disparó después de su prematuro fallecimiento”, se estremece.
En cambio, ve con admiración figuras más cercanas. “El intelectual José Ignacio Cabrujas, por su cultura inmensa y un agudo ingenio. Me interesa su legado y me asombra que nunca he escuchado a nadie hablando mal de él”, expresa. Y algo tiene que ver con su carácter. No en vano dice que su palabra favorita es alegría. “Estoy convencida que la felicidad no es un fin, es el trayecto”, resume.
Aunque se reconoce “excesivamente celosa, en cualquier ámbito, no sólo en las relaciones de pareja”, Rauseo reconoce que la misma energía le brinda a la perseverancia: “Me cuesta desfallecer cuando me propongo una meta”. Por eso para ella lo que más le molesta es la mediocridad a nivel laboral. De esa manera, la altera cualquier ámbito “en el que esté rodeada por personas que no sean gratas”.
La carrera de Rauseo toca una rama del periodismo que a veces se menosprecia. Programas como “Sábado en la Noche”, giran alrededor de una fuente subestimada por muchos. Al respecto, sobre su manera de encarar el tema de la farándula, detalla su filosofía de vida: “Desde hace muchos años he escuchado decir que el respeto es una calle de dos vías, si lo quieres recibir, lo tienes que brindar”. La periodista indica que se le tiene a menos justamente porque, al faltar un enfoque respetuoso se le infravalora.
Desde el programa, que ya cumplió 13 años al aire a través de la pantalla de Globovisión, la periodista parece revelar un paradigma para distinguirse de otros de la misma categoría: “Respeto no quiere decir complacencia con el invitado, ni con el protagonista de la noticia; está mucho más relacionado con la preparación, con la lectura, con la investigación, que podamos consumir como anclas antes de encender las cámaras. Todo se traduce en ‘respeto’ hacia los televidentes”.
Esa manera de asumir su responsabilidad también está presente en otros ámbitos que desarrolla. Cuenta que hace ocho años se convirtió en una adicta del diseño venezolano. “Lo consumo, lo exalto, lo decanto, lo hablo, y cada una de esas acciones las continúo llevando a cabo”, dice. Esa debilidad la transformó en una vida encarada desde los negocios: “Una pasión que, unida a la mengua de los medios de comunicación, hizo que me enfocara cada vez más en el comercio en Venezuela, el lugar más hermoso del mundo, para quien lo ve a través de mis ojos”.
Rauseo reconoce que lo que más la emociona es viajar adentro y afuera. “Siempre tengo en mente nuevos periplos. Me encantaría hacer tracking de gorilas en Rwanda y conocer destinos como Madagascar, Turquía y Seychelles”. Mientras que Los Roques, es “un verdadero paraíso en la tierra. ¡Qué más romántico que sumergirse en sus aguas cristalinas y caminar descalza por el pueblo cuando cae la noche!”, imagina.
Entusiasmada al hablar sobre la patria desde el presente, el suyo, considera oportuna algunas ideas. “Lo voy a repetir una y mil veces, la única vía exprés hacia ‘el éxito’ es el trabajo. Así que la fórmula para contribuir es hacer lo mejor que sabemos, con empeño, tesón y sin flaquear”, otorga y cita parte de un texto de Albert Einstein: “Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin ella todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callarse es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla”.
“Donde Dios me quiera colocar, solo Él tiene la última palabra”, puntea al dilucidar cuál sería su mejor lugar profesional de aquí a unos años. Cuando se le pregunta cómo es una idea póstuma de sí misma no teme reconocer que le gustaría ser recordada “como una mujer que jamás quiso nada regalado”.
Si bien le han propuesto internacionalizar su carrera varias veces, no lo ha hecho pese a tener vínculos y talento. “Vivo cargada de ‘ilusiones’, porque si bien no se comen cómo alimentan el alma, y he ahí el secreto―dilucida―Si doy una respuesta mucho más pragmática, diría que aquí hay tanto por hacer, que cualquier idea asociada al trabajo producirá buenos frutos”.
“Mi camino indica que soy exitosa viviendo aquí, sin quedarme en mi zona de confort, muy al contrario de lo que algunos puedan suponer. Migrar no es sinónimo de éxito, quedarse no es sinónimo de fracaso, no importa donde esté, todo siempre dependerá de mi trabajo, de las ganas de continuar”, reflexiona. Para Melisa lo mejor que puede pasarle a Venezuela es que se convierta en “un país donde el odio deje de ser un aglutinador tan poderoso”.