La cocina de Helena Moreno huele a especias. Me cuenta, mientras mira detenidamente un tuétano sobre una tabla, que uno de los mayores logros de su aprendizaje surgió cuando aprendió a utilizarlas. Quedó deslumbrada con ellas en sus viajes por algunas ciudades del mundo. En Estambul se estacionó para sentir sus aromas, probarlas y estudiar sus colores, y en México se maravilló con la variedad de sabores y aprendió a incluirlas en sus preparaciones de formación francesa y gran influencia española.
En ese momento, a través de ese descubrimiento de formas y texturas, nació Casa Blanco Comedor, un restaurante creado en una de las grandes habitaciones de su vivienda.
Casa Blanco Comedor es un concepto gastronómico que propone una puesta en escena glamorosa, íntima y exclusiva en la zona este de Caracas. Lo que allí presenta Helena Moreno sienta al comensal por momentos frente al mar venezolano, lo pasea por el abrazo de mar y montaña que significa la Península de Paria y luego lo lleva en alas a intuir los paisajes europeos a través del paladar.
Este salón representa la última aventura de esta cocinera que es Licenciada en computación y que además estudió economía y arte. Lo ve como el proyecto que la estaciona en un sitio y le da sentido a eso que en su cabeza deambula día y noche que son los ingredientes y sus posibles recetas. Dice esto y sobre el mesón de trabajo se encuentran varios recipientes de vidrio con elementos que le permitirán engalanar esta nueva creación.
Señalo unas esferas verdes y Helena me indica que se trata de tapioca saborizada con chimichurri, o lo que es lo mismo, bolitas de yuca con perejil y aceite de oliva; sigo recorriendo el mesón con los ojos y encuentro brotes, tomates cherry, pimientas, mostaza en granos, pimentón en polvo, semillas… Al final de la lámina de granito, sobre una tabla, ella corta en trozos minúsculos una porción de carne que minutos antes ha admirado, sobado y revisado como si se tratara de un tesoro. Va a convertirla en un steak tartar que coronará la médula de res.
Para la chef ejecutiva de Casa Blanco Comedor los sabores y su profesión son una obsesión, al punto de haberle causado una lesión en la espalda años atrás por las largas jornadas de pie frente a los fogones. En ese momento pensó que abandonarlo todo y abrir dos ventas de colchones sería la solución a su adicción. Este “rehab” le duraría muy poco porque la pasión nunca la abandonaría pues al descubrir la cocina, Helena descubrió su verdadera pasión.
Bajamos a la segunda estación de fogones de su casa, antes estábamos en la que forma parte del pequeño apartamento que su esposo remodeló en el piso superior de la vivienda para que lo ocuparan los dos. Los hijos ya están grandes, fuera del país y la pareja predice que no regresarán en muchos años.
En este espacio intermedio entre su hogar y el comedor donde recibe visitantes cada fin de semana, se encuentra un verdadero laboratorio gastronómico con equipos que probablemente no tienen muchas cocinas caraqueñas. Del lado izquierdo del cuarto hay dos Roner, esos que seguro han escuchado nombrar los aficionados al programa de talento culinario Master Chef y que los participantes suelen usarlo en cada episodio.
Esta creación del famoso cocinero Joan Roca posibilita realizar cocciones empacadas al vacío a bajas temperaturas y le ha permitido a Ina, como le dicen sus amigos, crear los maravillosos platos que forman parte de la carta de Casa Blanco Comedor, un concepto que mezcla sus raíces carupaneras, sus primeros años de vida en Inglaterra y sus paseos por algunas de las más bellas y gastronómicas ciudades del mundo.
Continúa la exhibición de equipos con ahumadores, congeladores, pinzas, batidoras, hornos, freidoras y una lámpara calentadora de alimentos. Aquí también hay una larga mesa rectangular donde se le dan los toques finales a cada plato y son mirados minuciosamente por la directora de esta orquesta: nada sale sin que ella lo revise.
En estos momentos el menú de casa Blanco lo compone un cuajado de cazón que rinde homenaje al célebre pastel de chucho, pero esta vez la preparación se presenta como una tortilla de huevos rellena de plátano y pescado. Una propuesta de costillas que tienen unas doce horas de cocción y que luego son envueltas en ceniza vegetal para servirlas sobre una típica cachapa de maíz, y unos deliciosos ñoquis de plátano que acompañados de ragú representan algunos de los platos principales. Varios tipos de pie de frutas celebran el postre.
Concebir este menú, me comenta Helena, llevó horas de estudio, semanas de prueba, días de diseño, para que le permitieran contar a través de sus recetas la historia de su vida, que no es otra cosa que un homenaje a sus raíces y a su aprendizaje culinario.
Cuando Helena Moreno elabora la masa de sus famosas empanaditas recuerda que las mujeres de su familia, nacidas en suelo oriental, les ponían un toque dulzón; al disponer tazas para el té en su sala no puede ocultar que sus primeros años de vida transcurrieron en el país británico, y batir una perfecta bechamel indica como su mentor en el Centro Venezolano de Capacitación Gastronómica la instruyó de acuerdo con las técnicas de cocción francesa.
Al sonreír cuando el comensal la felicita por los sabores que ha probado concluye que la cocina profesional fue la mejor decisión que ha tomado en su vida. La pasión por el trabajo de sus mejores herramientas y el amor por los fogones es lo que la ha hecho crear una propuesta que la distingue en un mundo tan competitivo.
Fotos: Raymar Velásquez / @menucallejero