La noche eterna de Víctor Cuica
Inalcanzable y lejana, la escena musical caraqueña parece diluirse con la marcha sorpresiva del reconocido artista. Consiguió, de modo mesurado y sostenido, seducir a una audiencia plural. Logró por mérito propio convertirse en una leyenda urbana en vida
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 Marsolaire Quintana (*)

“Usualmente se dice que un hombre sabe cosas y que cuando deja de saberlas, entonces se vuelve como cualquier otra persona, y el punto es que hay que adquirir poder antes de perder ese conocimiento de las cosas”, escribió F. Scott Fitzgerald en esa radiante joya de la literatura norteamericana llamada Tierna es la noche (1934). Y tal vez, desde estas palabras, pueda considerarse a Víctor Cuica como encarnación del hombre urbano que dominó, como ninguno, los entresijos de la nocturnidad.

Para quienes hacen vida en la capital venezolana, Cuica fue, ante todo, uno de los artistas más completos de la escena cultural durante más de cuatro décadas. Músico, compositor, actor y performancer, el reconocido saxofonista supo seducir a su público con amabilidad y recibió a cambio un trato digno y merecido respeto. Las reacciones tras su muerte han sido serenas pero afectuosas, instalándose, además, en el ambiente, una suerte de duelo unánime por un período que resulta, ahora, quimérico.

“Músico de la República / Que estás en los cielos /Tu saxo te acompaña /El más suave de los sonidos / “El reverso de la alfombra”, / Diría Julio Cortázar/ Pero también la furia / De mil noches y una más / Desde el Juan Sebastian Bar / Allí tu guarida y reducto”, escribe de modo sentido el productor y melómano Federico Pacanins para rendirle tributo. Lo conoció durante la década de 1970 en un club de Bello Campo en donde Cuica tocaba una salsa más estilizada, a la manera de Joe Quijano.

El periodista y músico Elías García lo rememora con nostalgia: “Creo que representaba esa vibra que tenía la ciudad nocturna décadas atrás: muy buena música, buen ambiente, una fiesta y un ritmo para cada gusto”. Era la época del Juan Sebastián Bar, Scape, La Boite, Fedora Jazz, y en el último tramo de los 90, algunos restaurantes en El Hatillo. “Son momentos íntimos, irrepetibles. Los atesoro”, confiesa.



“Asocio la silueta del saxo a su perfil moreno, que fue cambiando con el tiempo, aunque la constante era esa cadencia dulce y profunda al mismo tiempo”, señala Mitchele Vidal, especialista en patrimonio urbano, Lo propio opina la realizadora audiovisual Isabel Hernández: “Víctor forma parte de uno, de la noche, de la salsa, de la música de jazz, de la danza y del cine también”, rememorando la incursión del artista en al menos 14 largometrajes como actor y en otros como compositor de bandas sonoras.

Justamente así lo rescata el escritor Salvador Fleján. Lo admiró tras ver la película “Se solicita muchacha de buena presencia y motorizado con moto propia”. “Anzola tuvo el tino de darle el papel protagónico. Para mí, por muchos años, Víctor era Alexander, el caraqueño emblemático, por su modo de hablar y de moverse”. Tras entrevistarlo por meses, Fleján comprendió que Cuica era mucho más complejo e interesante. Se encontró a alguien que desbancaba un poco los rasgos zafios o picarescos del personaje de su juventud para encarnar otro tipo de registro, más interesante y menos localista: Victor Cuica era, en realidad, un hombre de mundo.

Para Pacanins, Cuica contaba con ciertos elementos de enorme pregnancia: “El hablar pausado, la mirada tranquila llena de picardía, se veía reflejada también en su música. Tenía cierta introspección muy curiosa que ocurría cuando hacía temas lentos y cierta furia también se manifestaba en los rápidos. Era un hombre muy legítimo frente a lo que hacía”. Y en su elegía escribe: “Lo que representó y representaste / Nocturnidad, saxo, clase pura / Único caraqueño "jazzy" / Pausa, distancia y categoría / Para quien oportuno sea”.

Cuica incursionó en la música desde adolescente y, con mucho tino, supo canalizar su vocación. Tras estudiar en una banda marcial inició un periplo dedicado por completo al arte y a la bohemia, tal como recuerda el escritor y periodista Ibsen Martínez. Lo conoció por intermedio del percusionista del grupo Mango, Freddy Roldán, en la efervescente década de 1970, en pleno boom petrolero, cuando la música en vivo alcanzaría su máximo esplendor. “Durante mucho, mucho tiempo, siempre vi a Víctor de noche. Tardé bastante en verlo de día por primera vez”, sostiene.



Tal vez esa vida laboral noctámbula y cosmopolita le permitió al saxofonista recorrer el mundo con gran naturalidad. Al respecto Martínez señala que “oírlo hablar de su experiencia viajera era para muy estimulante, muy sugestivo. Víctor era un hombre muy observador y con un talante muy sosegado… Me interesaba profundamente su experiencia como músico itinerante”.

“Algo que me transmitió siempre como persona, como músico, fue una cierta sobriedad y una cierta tranquilidad. Me pareció una persona sin poses y creo esa forma de abordar el jazz sin poses no abunda. O, digamos para no generalizar, no es muy común en algunos intérpretes de la música venezolana”, comenta el arquitecto Luis Polito.

El músico venezolano Baldo Verdú, coincide en que esos rasgos de interpretación musical eran tanto únicos como ejemplares. “Como artista era accesible en función de lo que recibía, pero también de lo que daba. Se podía escucharlo en cualquiera de los predios en los que se hacía vida cultural musical creativa en Venezuela”, dice quien coincidió en locales nocturnos con el saxofonista.

El percusionista Alfredo Naranjo, que lo conoció desde joven –en sitios como La Menta o La Tasca del Ateneo- y cuando aún tenía dudas vocacionales, disfrutó con él algunas de sus últimas presentaciones. “Deja un legado extraordinario en el campo de las bellas artes… y su profunda sensibilidad y manera de entender el mundo, entender la existencia. Fue una persona muy cercana, con un gran don de gente, que merece ser recordado por su cariño, por su influencia e importancia dentro de la movida cultural venezolana”.



Yubirí Arráiz, comunicadora y gerente cultural, organizó algunos conciertos en los que participó como invitado. Para ella “los amantes del jazz en Venezuela son rara avis (…) Dentro de ese panorama, la oportunidad de acercarse a un personaje como Víctor Cuica es formidable. Un saxofonista tenor que durante más de cuarenta años supo mantenerse y proyectar un fresco y sensual sonido que alegraba a la audiencia. Del cool al bossa nova o al latin jazz, sin estridencia, su estilo comunicaba intensidad. Visitar el Juan Sebastián o Noisette ya no será lo mismo, recordarlo en esos lugares será otro signo de la Caracas que fue”.

“Me impresionó tanto su inteligencia como su audacia para emprender tareas que resultaban novedosas en nuestro medio y que además le salían bien. Creo que las denominadas "Jazz Sessions" se instalaron en Caracas gracias a su empeño y el de otros músicos tan porfiados como él”, señala el psicólogo y abogado Plubio Álvarez. Esa perspicacia le permitía esquivar anécdotas menos felices. “O para quien acaso importune: /-Victor, cuéntame lo del túnel y la fuga y… / -Permiso, pero estoy ocupado / (responde su voz de túnel) / Tengo que practicar la escala de Do… / (y suena Misty en el saxo tenor)”, cierra Pacanins.

“Estaban llenos de valientes ilusiones del uno con el otro, tremendas ilusiones que hicieron que la comunión entre los dos seres parecieran estar en un plano donde ningún otro ser humano importase”, escribe Scott Fizgerald. Una película en la que participa el músico caraqueño tiene, y no parecería ser fruto del azar, el mismo título de la novela del estadounidense. Y parece aludir el romance entre el saxo y Víctor Cuica, ahora sumergido en ese sobrecogedor intermedio que le brinda la eternidad.



(*) Marsolaire Quintana es escritora y experta en comunicación corporativa
www.agentesdeprensa.com
Instagram: @maruniversal


Fotografías de Oswer Díaz Mireles