Donde ronca tigre no hay burro con reumatismo. Es bueno recordar esto a propósito de la salvaje y corta vida del Safari de Margarita. Para la buena suerte de los burros margariteños, con todo y el gran atractivo que representó ese parque para el turismo insular, en la época dorada del Puerto Libre, esa experiencia recreativa duró muy poco. Su costo era muy grande y su rentabilidad muy baja. Su final fue tan improvisado como su comienzo.
Trasplantar a Margarita un safari, con fieras y otras especies salvajes y palmípedas de África –osos, monos, culebras, avestruces– fue más fácil y menos complicado que garantizar los alimentos para las exigencias carnívoras de leones y tigres. Las fieras necesitaban devorar, al menos, dos burros diarios. Ese fue el primer y gran problema al abrir el parque en 1975.
La agreste ensenada donde funcionaba la atracción, entre unos cerros de muchas iguanas y conejos, entre el Valle de Pedro González, Altagracia y Los Gamboa, cambió mucho con las grandes lagunas construidas por Che Joaquín Lárez, para asegurar el agua a fieras y aves. Pero el pánico cundía en todos los patios vecinos cuando en el silencio de la noche los monos comenzaban a chillar y se escuchaban los roncos espasmos de los grandes felinos.
Un revuelo espectacular causó la jirafa cuando se escapó del Safari / Foto Augusto Hernández
El día que una jirafa se salió del parque y fue vista paseándose muy cerca del cementerio, el revuelo fue espectacular entre los pobladores del Valle de Pedro González. Muchos nunca habían visto un animal tan alto y de tan largo pescuezo. Ni en la TV. “Este pueblo es ahora una película de Tarzán”, exclamó Carlos Moreno cuando los empleados del Safari llegaban por la jirafa.
Tener un burro para ir al conuco y acarrear pequeñas cargas para el mercado y otros lugares es aún una costumbre muy grande en Margarita. El “ñero” come pescado y carne de puerco, se desvive por un chicharrón y siempre tuvo en los corrales pollos y gallinas para el sancocho, pero ¡jamás ha comido burro! y nunca aceptaría que a su burro se lo maten y se lo echen a una fiera.
Nunca se pensó en el apego del margariteño por sus burros
Siempre chistoso, Mirongo Mata no podía creer que “Faño, el de Culemono” tenía a su burro durmiendo en uno de los cuartos de la casa desde que comenzaron a decir que estaban robando burros para venderlos al Safari. “Cuando esos tigres roncan nadie duerme en este pueblo”, le dijo Faño. Una noche su burro comenzó a corcovear y a gritar y tuvo que ponerlo a dormir dentro de la casa.
Chejoaquín y otros voceros del Safari calmaron al vecindario argumentando que para alimentar leones y tigres estaban comprando burros en Zaraza, Pariaguán y otras regiones, y los transportaban por ferry desde Puerto La Cruz. En un solo viaje, una gandola podía transportar hasta 50 o más burros.
En el Safari se improvisó un matadero. Como fuente de empleo fue algo estupendo. Minerva Marín recuerda que los monos eran muy graciosos y amigables. Hasta se metían en la oficina. “Un día se me perdió la cartera. La tenía una monita en la rama de un yaque. Se divertía de lo lindo viéndose en mi espejo”.
Nora Mata fue la administradora del parque hasta su cierre definitivo en 1979
Para fortuna de la población burrera margariteña, el propietario del parque Safari Margarita, José Antonio Borges Villegas, empresario que por largo tiempo divirtió a Caracas con el Coney Island, y que en 1960 compró en España el famoso parque de atracciones Montjuic, de Barcelona, y hasta logró que el generalísimo Franco y sus nietos lo acompañaron a una regia reinauguración, se alarmó al sacar cuentas y notar que ni triplicando la tarifa por carro para excursionar por entre animales de la fauna africana, el Safari podría ser rentable. La venta de cachorros ayudó muy poco. El leoncito de José González Navarro terminó en el caraqueño Zoológico de El Pinar.
El presidente de la CTV fue muy cuestionado por estar gastando dinero en carne para fieras. Borges intentó negociar el parque con el gobierno pero solo pudo conseguir un subsidio de la gobernación de Nueva Esparta, decretado por Virgilio Ávila Vivas. “La idea del Safari fue muy aplaudida por Carlos Andrés Pérez. Tuve la oportunidad de saludarlo en el hotel Bella Vista y le regalé un huevo de avestruz”, me dijo mi sobrina Nora Mata, quien fue la administradora del parque hasta su cierre definitivo, en 1979.
Fotos: Augusto Hernández, Evaristo Marín, Alexis Marín Cheng, Archivo Evaristo Marín