Es muy difícil olvidar a Lope de Aguirre. Hasta llamamos El Tirano a puerto Fermín, como si ese recodo de playa de lindos amaneceres pesqueros tuviera que pagar, con un nombre que no merece, la culpa de haber sido el lugar de desembarco de tan sanguinario personaje. Insólito lo que se cuenta. Con el engaño de unos fabulosos tesoros, Lope de Aguirre atrajo hacia el puerto de Paraguachí al gobernador de la isla, Juan de Villadrando, y a sus oficiales más allegados. A todos los mandó a matar.
En medio de la conmoción que es de imaginar, Aguirre y los brutales tripulantes de su expedición, echaron candela a los barcos utilizados para navegar hacia el Atlántico por el Amazonas, desde el enigmático universo inca del Perú. El resplandor asustó a toda la Isla.
Con Margarita aterrorizada y cuando todavía se percibía el humo de sus navíos, el temperamental y paranoico Lope de Aguirre, decidió lanzarse de nuevo a navegar y obligó a los carpinteros de Pampatar a construirle otros barcos. De paso casi se los lleva en su tripulación con rumbo desconocido. Alertados, los carpinteros se esfumaron de Pampatar en la víspera del zarpe. Por si acaso, ni rastro de familia dejaron.
La estatua de Lope, forjada en Italia en 1950, se encuentra en el Museo Nueva Cádiz
Personaje que tiene por siempre para el margariteño la imagen de todo lo tenebroso, cuando en 1950, en el mandato de Pérez Jiménez le erigieron en el lugar de su desembarco una estatua de bronce, el gobernador Heraclio Narváez Alfonzo entendió muy pronto el resquemor y la repulsa que tan inmerecido homenaje provocó y optó por desmontar y enviar la famosa estatua a la antigua cárcel de Margarita, poco después convertida en el Museo Nueva Cádiz de La Asunción.
Las campanas de la antigua iglesia de La Asunción redoblaron por la muerte del gobernador de la isla ordenada por Aguirre
Ningún mejor sitio para recordarlo que aquel en el cual se le ve como un preso de bronce, de gruesa armadura. Es así como se le representa en esa gigantesca estatua que iba a estar –y gracias a Dios y a la Virgen del Valle, no está– frente al mar de Paraguachí, en el sitio que recuerda su ingrata presencia en la Margarita de 1561.
Tomasito López fue un preso privilegiado: desde su calabozo podía ver películas como esta de 1953
Preso con banqueta cinematográfica
A propósito del episodio de Lope de Aguirre y de su estatua de bronce, bueno es recordar que la de La Asunción siempre fue una cárcel de muy pocos presos. Que se conozca, en 1945 solo la habitaba como reo de homicidio, Tomasito López, un pescador que en el fragor de unos tragos y juego de truco de por medio –y en vísperas de las fiestas de Las Mercedes– dio muerte a otro pescador, vecino suyo, en Punta de Piedras.
En esos años funcionaba al lado de la cárcel el primer cine que tuvo La Asunción, y Tomasito –el preso solitario, como le decían– gozaba como espectador de un privilegio que pocos llegaron a saber. El dueño del cine, Nicho Gil, accedió a permitir un pequeño boquete, desde la cárcel, con ángulo directo hacia la pantalla, para que Tomasito pudiera ver las películas que allí se proyectaban.
Tomasito tenía una banqueta de cuero para pegarse en la pared y ver las rancheras de Jorge Negrete y María Félix, los melodramas musicales de Libertad Lamarque y las alegres películas de rumberas protagonizadas por Tongolele, Rosa Carmina y Ninón Sevilla. Ningún otro preso gozó en el mundo de semejante prerrogativa, digna de la famosa sección “Aunque Ud. no lo crea” del norteamericano Ripley.
Fotos: Augusto Hernández / Archivo de Evaristo Marín