En los entornos psicoemocionales, la relación con la comida está íntimamente asociada con la figura materna ya que desde nuestro nacimiento nos vemos impulsados a conseguir de ella alimento y abrigo, elementos clave para la supervivencia.
En la actualidad hay suficiente evidencia científica que confirma los beneficios de amamantar a los bebés, no solo desde el punto de vista nutricional sino también psicoemocional.
Para este artículo haré referencia al contexto emocional de lo que aprendemos y compartimos cuando se da de comer a un bebé desde que es un recién nacido. De hecho si la madre no está disponible para hacerlo, el efecto emocional que ejerce el adulto cuidador impacta significativamente en el desarrollo de la relación que iniciará ese bebé con la comida y que marcará la tendencia durante toda su vida.
El estado emocional de la persona que alimenta es determinante para que el bebé aprenda a relacionarse con la comida, con sus señales internas de hambre y saciedad, con el placer y con la capacidad de autorregularse.
Cuando el proceso se hace de manera respetuosa lo que ocurre es que ese bebé aprende que sus necesidades son importantes, que merecen ser atendidas; y luego de adulto podrá autogestionarlas de la misma forma.
De igual modo, un bebé alimentado de manera respetuosa aprende a conectar el momento de comer con el placer y el disfrute; con ello desarrolla recursos para autorregularse al asimilar que la sensación (desagradable o incómoda) de hambre es pasajera y puede hacerse cargo de ella, y que es posible pasar de estados emocionales desagradables a agradables, lo que se conoce actualmente como inteligencia emocional.
Asimismo desarrolla la plenitud física y emocional, pues si recibe la calidad y la cantidad de alimento que necesita, en el momento que la necesita, más adelante no requerirá llenar ese vacío con agentes externos: más comida, relaciones, sustancias adictivas, etc.
Una buena experiencia de lactancia materna conectará al recién nacido con la mentalidad de que la comida y el amor están disponibles y es merecedor de ambos.
En vista de que nuestra naturaleza es comer de manera intuitiva, la manera como se atiendan estas necesidades en el bebé, y en el niño que va creciendo, puede afianzar este mecanismo o ajustarlo para garantizar la supervivencia. En muchos casos este “ajuste” pasa por anular la conexión armoniosa con el momento de comer, es la desconexión de sus propias necesidades para evitar el rechazo o el conflicto, e incluso aprende a rehusar la comida como mecanismo de defensa pues aprendió a asociar el momento de comer con algo peligroso y/o doloroso.
Como consecuencia de estas carencias perpetuadas surge la tendencia a que en la edad adulta sean incapaces de reconocer sus sensaciones corporales (hambre y saciedad) y requieren agentes externos (horarios, plato vacío, etc.) para gestionar su relación con la comida.
En relación con este artículo, desde 1990 la primera semana de agosto ha sido elegida para conmemorar la Semana Mundial de la Lactancia Materna, una campaña coordinada por la Alianza Mundial para la Acción de Lactancia Materna (WABA, por sus siglas en inglés) para crear conciencia y estimular la acción sobre temas relacionados con la lactancia materna.
“Apoyar la lactancia materna para un planeta más saludable” fue seleccionado como el tema de este año y se centra en el impacto de la alimentación infantil en el medio ambiente/cambio climático y el imperativo de proteger, promover y apoyar la lactancia materna para la salud del planeta y su gente.
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