De hija repudiada a princesa
Por Maytte Navarro: Delphine Boël abrió un juicio para reclamar sus derechos como hija y logró que el rey Alberto de Bélgica la reconociera. Ahora posee título nobiliario
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La historia comenzó a mediados del siglo XX, cuando Sybille de Selys Longchamps, hija del conde Michel François de Selys Longchamps, quien además ejerció como diplomático; y de la condesa Pauline Cornet de Ways-Ruart, conoció al entonces príncipe Alberto.

Pero con anterioridad, en 1968, Sybille había contraído matrimonio con el empresario Jacques Boël, vinculado con las altas esferas de la cultura y la industria metalúrgica de Bélgica. El matrimonio comenzó a deteriorarse y Sybille decidió pasar una temporada con su padre, quien estaba en funciones diplomáticas en Atenas.

En esos años una pareja de príncipes era la comidilla de Europa. Casados y con hijos vivían una relación tormentosa. Ellos eran Paola, princesa Ruffo di Calabria y luego princesa de Lieja, título que se le otorgó al contraer matrimonio, y el príncipe Alberto de Bélgica, hermano menor de Balduino, rey de los belgas.


Los reyes Alberto y Paola de Bélgica / Foto EFE

Paola era una de las princesas más bellas de Europa. Moderna y amante de la minifalda, tuvo que enfrentarse a la rigidez de aquella corte, donde los reyes, Balduino y Fabiola, católicos fervientes vivían según las reglas conservadoras de la época. Entonces comenzó la crisis matrimonial entre Paola y Alberto. Las infidelidades de ambos eran el disfrute de la prensa de entonces.

En una oportunidad Alberto viajó a Grecia, donde conoció a Sybille y comenzaron un romance que se extendió por 18 años. Este alejamiento no le importaba a Paola que también disfrutaba de las playas del Mediterráneo con el conde Albert Adrient de Munt.

El 22 de febrero de 1968 nació Delphine, un acontecimiento que lejos de llenar de dicha a Sybille le produjo angustia porque continuaba casada con Boël, por lo que tuvo que mentirle para que creyera que la niña era su hija. Gracias a una amiga logró avisarle a Alberto el alumbramiento, noticia que al príncipe no preocupó. Incluso quiso reconocer a la niña pero su hermano, el rey Balduino, le dijo que esperara un poco. Sin embargo el príncipe continuó viendo a su amante y a la niña, quien posteriormente recordaba que Alberto era muy cariñoso con ella.

El matrimonio de Sybille y Jacques Boël sucumbió en 1978. Cuatro años duró la nueva soltería de la divorciada y en 1982 firmó el libro de actas matrimoniales y se convirtió en la esposa del británico Michael Anthony Rathborne Cayzer, hijo del magnate Herbert Cayzer, primer barón Rotherwick. En 1990 falleció Rathborne y Sybille abandonó Inglaterra para regresar a Bélgica. Su relación con el príncipe Alberto también había terminado hacía unos años.


Delphine Boël y su madre, la baronesa Sybille de Selys Longchamps / Foto Cordon Press

Delphine Boël se enteró de que “Papillon”, como solía llamar al príncipe Alberto, era su padre y decidió guardar silencio. Hay una versión que explica que el primer intento de acercamiento de Delphine con su padre, en 1999, fue para comunicarle que su madre se sometería a una delicada intervención quirúrgica y el ya declarado Rey se negó a atenderla. Otros señalan que fue después de un discurso de Navidad del rey Alberto, donde reconoció tener una hija ilegítima, entonces Delphine lo llamó y el soberano se molestó y negó la filiación. Ella se sintió herida en su dignidad y decidió comenzar la lucha ante los tribunales para ser reconocida como hija y recuperar los derechos que le correspondían.

Su padre adoptivo, Jacques Boël al conocer la noticia decidió desheredarla. Delphine continuó la pelea judicial durante siete años. Primero logró que Alberto II, quien ya había abdicado, se sometiera a una prueba de ADN que confirmó la paternidad, y recientemente una corte de Bruselas falló a su favor y ahora tiene todos los derechos como hija legítima de llevar el título de princesa y usar el apellido Sajonia-Coburgo.

Aunque no figurará en la línea de sucesión al trono sí le corresponderá parte de la herencia de su padre, que compartirá junto a sus hermanos, el rey Felipe de los Belgas, quien es ocho años mayor que ella; la princesa Astrid, quien le lleva seis; y el príncipe Lorenzo de 57 años.

Más allá de que la hija extramatrimonial de Alberto de Bélgica haya recuperado sus derechos, hay que destacar que la justicia belga fue la más beneficiada porque los jueces pudieron aplicar sus decisiones y ni el poder ni las influencias determinaron el caso de Delphine, princesa gracias al ADN.

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