Querida promoción: este es el momento cuando nos decimos “hasta luego”, en el que rememoramos las experiencias que tuvieron lugar en nuestro segundo hogar; que ha sido testigo de vuestra evolución y ahora forma parte de nuestro invaluable tesoro. Es el momento para agradecer por los buenos y malos momentos, que han dado lugar a la persona que ven todos los días a través del espejo. Agradecer a nuestros padres, familiares, amigos, maestros, compañeros y conocidos, que estuvieron allí apoyando durante este camino, y que con o sin intención nos heredaron sabiduría.
Llegó el tiempo de comenzar una nueva etapa, que exigirá de ustedes fuerza, nuevas habilidades, creatividad, humildad y la práctica constante de los valores ignacianos. Se nutrirán de nuevas relaciones y experiencias, nuevos rincones, que serán testigos y cómplices de su transformación y sus travesuras. Seguirán haciendo historia, y podrán alcanzar con esfuerzo aquellas metas propuestas.
Las experiencias agridulces que han cultivado como promoción, como familia, han esculpido una bella obra con sello ignaciano, y los han dotado de infinidad de competencias para la vida. Reconozcan la inteligencia, habilidad y fortaleza en cada uno, todos hemos sido testigos de ellas. Solo basta visitar el Rectorado, ver la copa con dos veces el nombre de la promoción, para constatar cómo forman parte de las promociones que han hecho historia al levantar el gran premio dos años consecutivos.
Establezcan su profesión desde aquello que surge de sí mismos, que los representa, los hace únicos, y no permitan que pierda fuerza ante el dinero, ni en el deseo familiar. Deben casarse con aquella profesión u oficio que les llene de plenitud. Lo importante, ante todo, es dar siempre lo mejor de ustedes, con la ética como sombra de su quehacer.
Por último, mantengan en su mente y en su corazón a nuestro país, sus montañas, sus playas, su desierto, su invierno, sus llanos, sus ríos, aquella inmensa y acogedora madre Ávila. A donde quiera que vayan lleven consigo el sabor de la comida, el perfume de las flores y el cariño de la gente, de su tierra. Tienen todo para ser grandes profesionales, ¡Son luchadores! ¡Son ignacianos! Muestren siempre con orgullo quiénes son y de dónde vienen. Se necesitan jóvenes con su visión, fortaleza, ímpetu, para poder trabajar por nuestro hogar, por Venezuela, y dar esperanza a las próximas promociones.