Ingenios
Por Ignacio Alen
Vicente Antonorsi
El artista y arquitecto caraqueño ha basado su prolífica carrera en la infinita reconfiguración de las formas geométricas y la constante investigación de materiales que respaldan su discurso plástico
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Sobre una línea de trabajo que tiene en un extremo al arte y en el otro a la arquitectura, Vicente Antonorsi se ha mantenido yendo y viniendo, tejiendo una cadena de recursos con los que ha sentado las bases de su propuesta plástica, la cual se erige a partir de la reconfiguración infinita de las formas geométricas, se enriquece con texturas y resulta en obras que se integran a la residencia y al espacio público con la misma sofisticación discreta de la sencillez.

Hacia el extremo este del Boulevard de Sábana Grande de Caracas, la escultura “Tres rebanadas de cubo” acompaña el paso de los peatones con una serie de importantes cuadros ahuecados de hierro oxidado, invitándolos a mirar la ciudad desde marcos que bien representan la recomposición de las formas puras que caracteriza la obra de Antonorsi.

Al considerar la formación y el ejercicio arquitectónico del también diseñador gráfico y textil, sus cubos a ratos se asemejan a las maquetas o los bocetos que los “pensadores del espacio” plasman al vuelo de la inspiración cuando se embarcan en un nuevo proyecto estructural. Ha sido precisamente el caso, por ejemplo, cuando en la firma Añil Arquitectura -de la que es cofundador- tomaron una de sus esculturas como punto de partida para diseñar la Quinta Ohana, una residencia en el Country Club de Caracas que, con su fachada diáfana revestida en piedra con detalles lineales, destaca por su carácter de “casa escultura” y ha ganado el Premio de Vivienda Unifamiliar en la XI Bienal de Arquitectura de Venezuela.

“No es que arte y arquitectura sean lo mismo”, asegura, “pero en el espacio de la arquitectura hay una maravilla que limita, pero también aumenta la posibilidad de uno hacer también trabajos de arte”. Su prolífica trayectoria demuestra que cuando este camino se ha abierto, no ha dudado en transitarlo.



Tradición y modernidad latinoamericana

Nacido en Caracas en 1952 y estimulado por sus padres a admirar las artes y el diseño de los edificios, Antonorsi forma parte de esa generación de venezolanos que creció marcado por la “Síntesis de las artes” con la que Carlos Raúl Villanueva promovió la integración de la arquitectura y las manifestaciones plásticas, consiguiendo su máxima expresión en los espacios de la Ciudad Universitaria de Caracas. Aunque la Universidad Central de Venezuela estaba cerrada cuando se decidió a estudiar arquitectura, Antonorsi resolvió irse a Bogotá a estudiar la carrera en la Universidad de Los Andes.

“Al irme a Colombia llegué a otro mundo”, recuerda. “Sentía que había llegado a Latinoamérica, porque había una cantidad de cosas que no había en Venezuela y eso me llamó mucho la atención. Había desde los indígenas más simples hasta los edificios más tecnológicos… y ese espectro me parecía maravilloso. En Venezuela se había roto con la tradición anterior y se había hecho lo de la síntesis de las formas, una Venezuela moderna, que también es excelente”. Su fascinación por el intervalo de las formas puras (propias de la estética contemporánea) con lo orgánico de la tradición artesanal se evidenciaría en su trabajo artístico más adelante.

En Bogotá también completó su formación con estudios de diseño gráfico y diseño textil, sentando las bases sobre la que empezó a construir un cuerpo de trabajo que le aseguró un puesto en el Salón Nacional de Artistas de Colombia a mediados de los 70, con una de las esferas de textil volumétrico que empezó a hacer como parte de una tesis basada en su interpretación de los baobabs que invaden los planetoides relatados en El Principito. Para entonces, ya experimentaba con cueros, bejuco y fibras textiles, ya que, como apunta, “siempre he tocado materiales y he tratado de hacer trabajos con ellos”.



Llamado por el arte
Al regresar a Venezuela a finales de los 70, el artista se encontró con una falta de tradición textil y, por ende, de sus insumos. Llamado a sustentar a su familia, se dedicó por completo a la arquitectura en zonas populares del país. Las duras jornadas de supervisión de obras y algunos caprichos de clientes particulares se sumaron a la insatisfacción que lo llevó a necesitar volver a la libertad creativa del arte.
 
Así retomó una investigación que ha pasado del hierro, el mármol y la baquelita, a la concha de coco, las semillas y los caracoles, para materializar su interés por la geometría y su relación con el espacio, el volumen, los sentidos y la sencillez.

Con el acrílico traslúcido, hace que la luz redoble la recomposición de las formas al dibujarse en la pared las sombras de su geometría. Asimismo, en el lúdico proceso de buscar nuevas formas, no ha descartado ni siquiera a los legos, con los que ha creado esculturas en pequeño formato, mientras que con el cordón “pinta” esferas y “dibuja” coloridas líneas sobre soportes monocromáticos con los que vuelve a sus quehaceres de tejedor. “Material con el que me topara, lo he trabajado”, confiesa, “pero por supuesto hay algunos que me atrapan y otros que no”. Si hay un elemento que hemos visto con frecuencia en su obra es la madera contrachapada, que cortada transversalmente expone el perfil de sus capas en una serie de líneas que dotan a la obra de textura y ritmo mientras acentúa sus ángulos.



El discurso de las formas
“Bloques rectangulares”, “Dintel magnífico”, “Columnas angulares”… la formación arquitectónica de Vicente Antonorsi se evidencia no sólo en algunos de los títulos de sus obras, sino también en la manera en que éstas generan o intervienen espacios, mientras que otros dan cuenta de su interés por la identidad venezolana y latinoamericana en general. Piezas como “Urbanas quechuas”, “Matatu” y “Amuletos rectangulares” lo respaldan cuando expresa que “las culturas primigenias me llaman mucho la atención. A los seis años conocí la cultura piaroa y quedé prendado de ella. Unos indígenas maquiritares, que hoy en día son los yekuana, me regalaron un guayuco y lo tengo todavía después de 64 años”.

Siguiendo una prolífica carrera artística que ha incluido muchísimas exposiciones individuales y colectivas en galerías como Espacio Monitor (Caracas) y Espacio 5 (Valencia), entre otras salas norteamericanas y europeas, incluyendo varias participaciones en la Bienal Arturo Michelena del Ateneo de Valencia y el Salón de Arte Exxon Mobil, Vicente Antonorsi sigue trabajando en su propuesta artística con la mirada puesta en hacer una muestra dedicada a Amalivaca, el Dios de las culturas del Orinoco, protagonizada por -entre otras obras nuevas- una serie de 40 tablas con cuadrículas de laminilla de oro de 24 quilates.

En definitiva, el artista plantea: “¿Qué puede haber más sencillo que una línea recta?” Y es que, con ese trazo llano, se inicia una obra que rehúye de la exuberancia, compone obras de magnitud que profundizan en una fascinación por la geometría y engrosan un cuerpo de trabajo sofisticado y lleno de códigos personalísimos.




Coordenadas
Instagram: 
@vicenteantonorsi
Página web: vicenteantonorsi.com